EL ESTALLIDO DE LA CONCIENCIA

Parte II

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Después de estar inconsciente durante tres días como resultado de la herida que recibí en Viet Nam, desperté encontrándome envuelto en vendas. Tenía vendas en mi muñeca izquierda, brazo izquierdo, alrededor del estómago... y totalmente cubiertas ambas piernas. ¡Unas pocas vendas más y podría reencarnar como una mota de polvera!. Mi atención estaba limitada a mi cuerpo, y mi capacidad para examinar  dónde me encontraba, bloqueada; pero de algún modo estaba consciente de haber sido colocado en un camión que tenía un lugar conveniente para mi camilla. Me habían embarcado hacia el Sur, camino a Da Nang.

En el Hospital Nº 95 de Evacuación Médica, en Da Nang, tenía problemas con mi abdomen y debían calmarme con narcóticos. Los médicos no podían encontrar por qué tenía tanto dolor. Finalmente, tras cuatro días, los médicos decidieron revisar los vendajes de mi abdomen, donde encontraron cinco pedazos de alambre merodeando por sobre y por dentro de mi vientre. Había también algo que se parecía a un hongo de gasa blanca, y a medida que iban acercándose al final, se oyó un progresivo y grueso silbido de gas escapándose. ¡Era como si una olla de presión se enfriara lentamente!. Los que se percataron de la situación,  dejaron rápidamente la sala, en tanto que las enfermeras buscaban un desodorante ambiental para rociar el aire. ¡Mi sonrisa de alivio fue la mayor que se pueda imaginar! De alguna forma sabía que, aunque fuese por casualidad, habían dado con mi problema. 

Después de algunas horas, mi apetito volvió. Un Mayor vino a ver si todo estaba bien. Le dije que me estaba muriendo de hambre. Rápidamente ordenó a la enfermera que me quitaran los tubos de la nariz, garganta y manos, y que me diera algo de comer. La hora del almuerzo ya había pasado y no fue posible conseguirme nada de comer; lo único disponible fue una cerveza. ¡Quisiera saber si eso no fue una linda jugada kármica!. ¡Leche, gelatina y helado no era ciertamente la idea que yo tenía de comida!.

Más tarde, me sorprendí al saber que el hongo era mi nuevo recto. Parece que los médicos habían reorientado mis cañerías interiores, con el fin de ayudar a aquellas áreas que necesitaban sanar. Fue muy embarazoso darme cuenta de que no tenía control sobre mi nuevo recto, y que dejaba pasar el gas o se iba cuando quería, especialmente en presencia de alguna joven y hermosa enfermera. Después de tres operaciones de cambios de vendas, comencé a pensar que mi herida había sido realmente seria. 

Siete días después de haber sido herido, volé a Japón. Me inyectaron calmantes y los médicos desenredaron todos los vendajes mientras el aroma de una hamburguesa podrida (yo), hacía que cerraran sus fosas nasales. Ocho días más tarde, todos los tejidos heridos habían cerrado, y tras ocho días más, me aplicaron injertos de piel en las extensas heridas de la parte de atrás de ambos muslos. ¡Wau!. ¡Eso sí dolió!. Fue peor que las heridas iniciales. Me preguntaba si torturé a alguien en una vida anterior. (Sonrían, pero eso nos sucede en diferentes circunstancias). Durante quince largos días estuvo tumbado boca abajo, porque la piel para los injertos la habían tomado de mi espalda y de los lados de mis piernas, donde no había heridas. ¡Los lugares de donde habían extraído la piel para los injertos, quemaban como el infierno!. No podía ponerme sobre ningún lado y tenía que levantarme con mucho cuidado sobre mis brazos, mientras la enfermera sostenía el orinal debajo de mí. Esta misma técnica de levantarme sobre mis brazos era también la usada para cambiar las sábanas de la cama.

De vez en cuando, capellanes de distintos credos hacían sus rondas. Me prestaban mucha atención, eran amigables y simpáticos; decían que podían orar por mí. Yo decía: "Háganlo, podría necesitar ayuda." No estaba seguro.

Después de que los injertos de piel sanaron, fui transferido a una sala regular. Un día, solicité al doctor un par de muletas a fin de poder levantarme de la cama. Me asignaron a un fisioterapeuta y cuando traté de sentarme, casi me desmayo. Me regresaron a mi sala y comencé a practicar cómo sentarme y sobreponerme al desfallecimiento. Después de unos pocos días, pude levantarme durante casi treinta segundos. Continué practicando hasta que pude comenzar a explorar el hospital, dentro de los confines de una silla de ruedas.

El 20 de Octubre de 1969, me ordenaron embarcar rumbo al Hospital Naval de San Albans en Nueva York. ¡Wau!. ¡Estaba sorprendido!. Pensé que al sanar, tendría que regresar a Viet Nam, pero me di cuenta de que mi herida fue más seria de lo que había imaginado. En cualquier caso, fue grandioso estar de vuelta en casa, cerca de la familia y de los amigos. Esta historia está apenas comenzando.

Salvatore A. Cacciola

 Continuación  Parte III

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